La salud de los agentes de salud
Dra. Marta Vigo de Hernández
La psicoterapia en su forma actual es relativamente joven. El modelo sobre el que el psicoterapeuta funda sus actividades se deriva de varias otras profesiones y no puede ser comprendido sino en relación a ellas, que son más antiguas. Quiérase o no, la psicoterapia está relacionada con la medicina.
Los modelos profesionales y éticos que guían el médico son en parte también los del psicoterapeuta y los flancos oscuros del analista están vinculados al carácter médico de su trabajo.
El médico se encarga de ayudar al enfermo, el juramento de Hipócrates reza “el régimen que adopto servirá al provecho de mis pacientes de acuerdo con mi habilidad y juicio, y nunca a su daño o perjuicio. En cualquier casa que entre iré para beneficio del enfermo. Consideraré sagrados su vida y mi arte”.
Los aspectos oscuros de nuestra actividad no se encuentran en el juramento hipocrático.
Los agentes de salud nos enfrentamos a menudo con disturbios de salud a los que en términos tanto de tratamiento como eventual curación apenas podemos aplicar estrategias de índole experimental aceptadas. Cualquiera puede tener éxito en el tratamiento si se encuentra en el momento justo, si está con el paciente un tiempo justo, y si tiene la fortuna de dar con alguien que realmente busca ayuda y cuya condición habría de todos modos mejorado.
Como el sacerdote, nosotros trabajamos con nuestras almas, con nosotros mismos. Métodos, técnicas y aparatos son secundarios. Nosotros mismos, nuestra honestidad y autenticidad, nuestro contacto con nosotros mismos, esas son nuestras herramientas.
A veces se nos obliga a tener una actitud omnisciente. Trabajamos con el inconciente, con los sueños, la psique. Vemos en qué se manifiesta lo trascendental. De manera que con no poca frecuencia se espera que sepamos más sobre éstas cosas que los comunes mortales.
Como todo el mundo, los terapeutas tenemos un punto ciego sobre nuestros propios conflictos, no los vemos con facilidad. En tales casos, los “enemigos” son muy útiles. Debiéramos estudiar tales opiniones.
Contribuye a la “salud de los agentes de salud”, ver “la viga en el propio ojo”, además de “la paja en el ojo ajeno”, para prestar especial atención al riesgo de caer en el abuso de poder en nuestras profesiones, podemos caer frecuentemente en ese error por intervenir frente a duros sufrimientos, en situaciones límite.
Caemos en el riesgo de abuso de poder si sólo vemos enfermedad en el otro, objetivamos la enfermedad, nos distanciamos de nuestras propias debilidades,nos elevamos falsamente a nosotros mismos.
Dando una mirada a estudiantes de carreras asistenciales, sobre todo medicina y psicología, vemos que en el curso de sus estudios sufren una fase en que creen padecer todas las enfermedades sobre las que deben aprender: oyen hablar de TBC, y sienten todos sus síntomas, así con el cáncer y también la neurosis. Pero ésta fase neurótica sirve para comprender que la posibilidad de sufrir todos los padecimientos está en nosotros mismos.
Si podemos integrar y vivir la enfermedad como posibilidad existencial en nuestras vidas nos convertiremos en un verdadero curador herido que no va a caer nunca en la omnipotencia terapéutica. Podemos trabajar creativamente si logramos aceptar que más allá de nuestros conocimientos y técnicas debemos esforzarnos en ampliar el factor curativo, el “resto sano”. Y solo podemos activar el factor curativo soportando en el propio interior la posibilidad existencial de la enfermedad.
Ciertos requisitos que debe reunir la personalidad del terapeuta:
> Debe tener la flexibilidad necesaria como para seguir las distintas eventualidades de su paciente, ser optimista, idealista, pero también ser un cable a tierra.
> Debe conocer las causas, pero también ignorarlas cuando éstas no se pueden cambiar y saberlas no hace más que daño, ya que determina.
> Debe comprender a quien no ha tenido oportunidades, pero también a quien las tuvo todas y no supo aprovecharlas.
> Debe tener su propio sistema de valores pero formar parte de los requisitos fundamentales de toda psicoterapia, reconocer el sistema de valores de los demás, por más anormal y morboso que sea.
> Debe además buscar y ampliar los puntos de encuentro, pero en algunos casos es necesario tener el valor de aceptar un choque con las actitudes y afirmaciones neuróticas del paciente, asumiendo así la función de antagonismo equilibrador.
Sólo una psicoterapia que ve más allá que la facticidad, que puede ver la existencia espiritual, nos dará garantías de que no se repetirán cosas como la eutanasia de los enfermos mentales y despertará el “EROS PAIDAGOGOS”, el entusiasmo psiquiátrico, que hace de cada acto terapéutico un momento único, que reúne ciencia y arte y nos ayuda a no automatizarnos y automatizar al paciente en el trabajo.
Con respecto a la NEUTRALIDAD, una fórmula válida para proteger, por lo menos de ciertos límites puede resumirse así: la relación “terapeuta - paciente”, tiene que caracterizarse por un contacto “a distancia”, basado en la “empatía”, por la cual el paciente no solo debe tener la confianza en la competencia del terapeuta, sino además sentirse ayudado, comprendido y protegido. La distancia diferencia la relación psicoterapéutica del vínculo de la amistad y el amor y caracteriza la actitud profesional.
Es importante trascender el marco del tratamiento psicopatológico de la enfermedad. No se trata solamente de liberar a la persona de su enfermedad, sino de conducirla a “su verdad”, a su sentido.
De cara a la verdad, trataremos de liberarlo de su frivolidad metafísica para ponerlo en el peligro de un estado de tensión pasajero que lo incomode y lo ayude a profundizar.
En el encuentro dialoguístico, dispuesto a recoger la apelación lanzada por una existencia sin esperanza, el profesional pone premisas para que el paciente recobre su perdida esperanza y reconquiste su propia capacidad. La humanidad es a veces la única posibilidad en la que el paciente puede anclarse para redescubrirse a sí mismo. “Comunicación” significa reconocer al otro más allá de su condición de extraño, aprender a quererlo como semejante, y acogerlo en su misterio e impenetrabilidad.
La mayoría de las actividades profesionales pueden ejercerse con eficiencia sin necesidad de trabajar la realidad existencial y trascendental; por ejemplo, un vendedor de seguros, mentalmente sano aunque rígido en sus actitudes, cenado al mundo, puede desempeñar bien su trabajo.
Pero en todas aquellas ocupaciones que tienen alguna influencia en otras personas, en las que nuestra psique es nuestro principal instrumento de trabajo, la aptitud y la salud psíquica es naturalmente de importancia capital.
No sólo se ejercen ciertos métodos técnicos, sino que toda nuestra personalidad ejerce influencia en el paciente. Nuestra personalidad y la coherencia de nuestros actos con lo que decimos.
Jaspers nos enseñó la importancia de la vida y la obra. No podemos transmitir lo que no vivimos.
Difícilmente un terapeuta pueda llevar auténticamente a sus pacientes más allá del punto en la vida que él mismo ha alcanzado.
Estos lineamientos generales de proceder en su encuentro profesional no sólo sirven para llevar a buen término su labor, sino que colaborarán para que él mismo ahonde en el sentido último de su misión como ser humano.
Para librarse del círculo vicioso al que la profesión nos somete, deberemos exponernos a algo que nos toque profundamente, a algo no racional. No fue por azar que Sócrates alabó la amistad. La amistad, los encuentros afectivos fuertes con nuestros iguales, la posibilidad de cambiar opiniones. Lo que el terapeuta necesita son relaciones simétricas, con compañeros a su nivel y amigos que le marquen sus flancos débiles.
Es importante dejar el rol en el consultorio; no analizar los vínculos, vivirlos afectivamente.
Dialogar con los niños, quienes con sus retos y cuestionamientos, nos conectan con nuestra espontaneidad infantil.
Un analista sin amistades genuinas debe tener un talento excepcional para no alienarse con su tarea.
Quizás la palabra amistad es limitada. Necesita confrontación afectiva fuera de lo analítico.
Un último pensamiento: nosotros los profesionales de la asistencia, no nos veremos libres del mal, pero podemos aprender a arreglárnoslas con él.
BIBLIOGRAFÍA
Frankl, Víctor: Teoría y terapia de las neurosis.
Pareje Herrera, Guillermo: Comunicación y resistencia
Guggenbhül, Craig: Poder y destructividad en psicoterapia.
Wyss, Dieter: Las escuelas de psicología profunda desde sus comienzos hasta la actualidad.